El mediometraje documental Dima’s Game empieza mostrándonos a su protagonista Dima jugando a ping-pong con su marido, ambos en silla de ruedas. A continuación, ella misma nos explica su pasión por este deporte y sus ganas por volver a competir. Más adelante sabremos que son refugiados sirios en Canadá, donde se han establecido y formado una familia, pero que esperan poder volverá a su tierra natal. El problema es que todo esto nos lo dicen con la narración bastante avanzada, de manera que tenemos que ir adivinando lo que la propia nos cuenta y nos muestra de su día a día. Su pasión es el deporte, tanto el de Dima como el de su marido, que se mantiene en forma jugando a baloncesto y levantando pesas, de forma que el documento se apoya, como muchas veces hace el periodismo mediático, en el encasillamiento de los discapacitados en una ocupación determinada como es el deporte, creyendo que ese es el mejor (o único) lugar donde la vida, su vida, les pueda ser plena. A diferencia de lo que muestra esta cinta, las personas con movilidad reducida no dependemos de un deporte con el cual nos sintamos especiales, ni con el que sobresalir ―insisto― “deportivamente”, vivimos una vida singular como cualquier otra, como en este caso la de Dima y su familia. Por eso, los momentos en los que se muestra a esa familia conviviendo en su propio movimiento, a su ritmo único, es donde ofrece su verdad como documento.
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