‘Crash’ (1996), ya en cines

Crítica por Rafa Catalán

Para el vigésimo quinto aniversario del estreno de Crash, David Cronenberg presenta su obra sugiriendo que la mejor forma para verla sería en un coche a 160 kilómetros por hora. Yo creo que no haría falta. Tras esos 25 años, la peli ya se ha estrellado sola. Recuerdo que por entonces la vi recién salido del hospital tras haber sufrido un accidente y, aun así, la cinta me resultó provocadora, atrevida, casi acertada, incluso casi divertida. Sobre todo porque al menos su director justificaba todo esto con esas cosas de autor que suele decir, tales como defender «la remodelación del cuerpo humano por la tecnología moderna», o que “los accidentes de coche son una metáfora de la colisión de la tecnología actual y la psique humana”, cosas que, siguiendo un poco a Cronenberg, me han cuajado más en obras más notables y serias como Videodrome, La zona muerta, La mosca, Inseparables, o, mucho mejor, en Existenz. Reviviéndola, hay que reconocer que el realizador canadiense se toma en serio su discurso y plantea muy bien el dibujo de unas psiques perturbadas que no saben relacionarse de otras formas que no son más que la atracción por la autodestrucción. Pero insisto en que el tiempo le ha hecho daño ya que, hacerse con esas psicopatologías para querer firmar una peli porno sin ser una peli porno, le ha caducado.

La historia es conocida ya: un tipo tiene un accidente de coche y descubre a un grupo de personas a quienes les atrae el tener accidentes intencionados y autolesionarse para excitarse y llegar a un clímax entre cuerpo y máquina. Puede que por entonces quedara muy posmoderno, pero creo que con el tiempo, otras obras ―anteriores y posteriores― han superado este discurso dejándolo incluso en ridículo, mostrando todas estas represiones sexuales liberadas mediante la violencia y la unión del eros y el thanatos; desde su adorado Buñuel de Belle de Jour hasta El club de la lucha, pasando por Peeping Tom, e incluso por el Almodóvar de Matador. En este último título, por ejemplo, su escena inicial ya muestra al personaje masturbándose, viendo macabros asesinatos en la tele, con lo que ya te monta la mitad del discurso de Crash. Cronenberg, por el contrario, hace deambular a sus personajes, que van y vienen sin saber muy bien qué quieren, impelidos por sus pulsiones, de acuerdo, pero sin rematar nada: descubrimos en el último tramo que Vaughan (Elias Koteas) tiene un proyecto para con Ballard (James Spader), de igual forma que lo tuvo luego el Tyler Durden de El club de la lucha con Edward Norton (incluso su aparición y su atracción podrían ser similares en tanto que ego-superego), pero todo se acaba resolviendo como el resto de relaciones de los demás personajes: con un trompazo en coche, con sexo enfermizo, o bien con ambos en armonía. Todo ello para radiografiar un mundo deshumanizado que ya lo hemos acabado viendo más en la tele y en el móvil más que en el cine.

Creo que la novela de James Ballard, de 1973, tendría su atractivo entonces y llamaría la atención de Cronenberg, como igualmente hizo al comic underground (en 1987, Liberatore ya dibujó con su aerógrafo a un personaje que quería morir junto a Brooke Shields en un accidente automovilístico en su número Feliz cumpleaños, Lubna de su obra RanXerox), pero hoy en día, ya nos hemos saturado de Internet, e incluso hemos sabido que la misma Angelina Jolie era amante de amputarse partes del cuerpo y volcar en accidentes con Billy Bob Thornton. Por eso, puede que bajo ese prisma, quede un tanto caduca. Aun así, lo que la mantiene latente es la mirada y fundamento del que partió su autor, su particular fascinación, el ver su intuición de entonces que fue una especie de personal Psicosis pero con la ecuación en función del coche y la autodestrucción. Habrá quien siga viéndola así de poderosa como hace 25 años, yo no.

 

 

 

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