Las bellísimas imágenes y la fotografía de «Sweet Country» de Warwick Thornton nos trasladan a un Wenstern y a un documento histórico fundamental para comprender cómo se construyeron las actuales potencias mundiales, en este caso Australia, que guarda un gran parecido también con la construcción histórica de Estados Unidos como país. Y es que tanto el territorio norteamericano como australiano coinciden en su desarrollo histórico de conquista, esclavitud, violencia y el poder de la propiedad de la tierra. Así se relata, de forma clara y dura, este dulce país que, como en todo Wenstern, es un sálvese quien pueda entre los grupos raciales: los blancos que dominan la tierra y la estructura social, los aborígenes, cada vez menos, intentan resistir los siglos de invasión y exterminio y, por último, los negros que son los esclavos y mano de obra para la economía de gran y pequeña escala. Terrible el enfrentamiento de aborígenes y negros, las dos comunidades víctimas. Para los primeros, los negros llegaron con los conquistadores, aunque en condiciones de esclavitud, y para los segundos, la necesidad de buscar una identidad en esa nueva tierra. El director Thronton da matices dramáticos al esclavo, como el capataz, que desde pequeño ha servido al blanco propietario y no ve más allá de lo que siempre ha vivido: servidumbre y esclavitud ante el conquistador, jefe y dueño de la tierra. Así, asume el discurso y justifica a su victimario.
El ritmo de la película es lento pero refleja lo que posiblemente es o fue la vida en estas poblaciones en estas tierras áridas, donde los colonos fueron ocupando terrenos e implantando la estructura social occidental a costa de la ya existente. La interpretación del elenco es magnífica y realista. Los personajes son los clásicos del Wenstern no obstante la apreciación de sus rostros reflejan la dureza de la vida y el sufrimiento de los pueblos conquistados. También vemos en la película, la dureza de la vida de los invasores. Las imágenes muestran una sociedad árida en una localización dura y bella a la vez. El racismo se refleja como uno de los motores de dominación y pilares de la construcción económica del mundo occidental. Ante un pueblo que va detrás de lo civilizado, Thornton nos da esperanza con la religión, entendida como herramienta para la igualdad «ante los ojos del señor», pero por encima, la luz que dan las leyes como una garantía a forzar esa igualdad y la justicia, pese a que la deriva la vemos en el final de «Sweet country» y en el vistazo que podamos hacer de nuestro mundo actual.
Cabe resaltar, por último pero no por ello menos importante, la visión de género que aparece en esta interesantísima película. La mujer siempre ha sido parte de ese pilar esclavizado, al servicio del hombre, de la economía y de la patria, pero sin derechos, ni voto ni opinión. Y si a esto le sumamos el eje racial, la condición de vida de negras y mujeres aborígenes, es aún peor.
Estreno España: 25 de mayo
Jorge A. Trujillo
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