Nos llega ahora una obra restaurada de Elem Klimov de hace 35 años. Se trata de esas obras bélicas que te sobrecogen desde su inicio, desde su propia composición con la que enmarca la realidad. Seguramente esa composición no podía ser otra ante la realidad que tenía delante. La Segunda Guerra Mundial desde una Bielorrusia casi quemada, hace que cualquier otra obra conocida por el gran público pase a ser puro mainstream, casi una diversión. Masacre: Ven y mira estaría dentro de la mirada de aquellos Taviani, Sokurov o Tarkovsky, pero con una voluntad más cruda, menos preciosista, más directa a agarrarte por la solapa y plantarte de rodillas en el suelo. Así, Klimov estaría, ya no dentro de esos tres grandes, sino amparando a otros posteriores como el László Nemes, de El hijo de Saúl (2015), el de El gran cuaderno, de János Szász (2013) o incluso en esas chiquilladas en la que dejaría a los Cuarón y los Spielberg de Hijos de los hombres (2006) o La lista de Schindler (1993) tras ver Masacre. Klimov nos dice “ven y mira” y sí, vemos a través de un niño una realidad que ocurrió y que hemos visto docenas de veces, pero esta es de las más genuinas, de las más presentes, vemos la Unión Soviética desgarrada de entonces pero también la Yugoslavia de hace cuatro días, todo con ―como decía el Neorrealismo italiano― no una realidad extrema, sino una verdad extrema.
El joven Flyora hará un ciclo vital saliendo casi literalmente de un parto de la tierra, junto a su compañera Olga, y de ahí se cruzará con símbolos como esa especie de cisne embarrado, ídolos como el monigote hitleriano hecho con porquería, vacas muertas que reflejan la desolación y finalmente un rostro demacrado del propio Flyora. Hay que agradecer la restauración de obras y documentos como esta de Elem Klimov tras el 40 aniversario de la victoria soviética frente a los nazis, aunque sea de esas que no apetecen ver una tarde cualquiera, hay que haber merendado fuerte.