Cruïlla 2021: Cierre del festival

Crónica por Haizea Etxebarría

Sábado 10 de julio, último día del festival Cruïlla 2021. Tras una pandemia eterna que parece que no muestra muchas señales de querer desaparecer del mapa, nos morimos de ganas de disfrutar de música en vivo al aire libre y casi como antes. Tras realizar un test de antígenos, esperar no con pocos nervios al resultado favorable, entramos en el recinto con una mascarilla FFP2 que nos obliga a llevar y entrega el propio festival.

Después de cenar tranquilamente nos acercamos al escenario Estrella Damm, donde nos encontramos a  muchos fans a la espera de que en pocos minutos toque la banda madrileña Izal. Es increíble ver la organización del festival, ya que justo delante del escenario hay un recinto bastante grande acordonado, donde no se permite ni beber ni fumar y hay trabajadores del propio festival controlando que las mascarillas estén constantemente tapando nariz y boca. A eso se le llama ¡CULTURA SEGURA!

Con un público mayormente de veinteañeros locos por bailar, comienza el concierto de Izal. Me incluyo entre la población no muy amante del indie español y la verdad es que el concierto me sorprendió gratamente. Con una buena calidad de sonido y diversas colaboraciones inesperadas se ganaron claramente al público. En pantalla aparecieron bandas como Sidonie, Zahara o unos inesperadísimos Miguel Ríos y Bunbury. Fue una delicia volver a saltar y sudar rodeados de gente extasiada, con los pelos de punta, disfrutando de esa sensación maravillosa que es el amor a la música en vivo. Tras más de dos horas dieron final a un concierto que parecía el reencuentro de un grupo de gente que sin conocerse, se moría de ganas de disfrutar y sonreír juntos.

Nos dirigimos al escenario Time Out para disfrutar de una banda totalmente diferente a la anterior: Morcheeba. Muchos de nosotros nos enganchamos en los 90 a esa maravillosa voz aterciopelada de Skye Edwards, en esa época del boom de bandas como Portishead o Massive Attack. Tras una trayectoria de casi 30 años, esta banda a la que catalogan habitualmente dentro del trip hop, actualmente resulta muy difícil reducirla a un estilo en concreto: La guitarra de Ross Godfrey nos lleva inequívocamente a los sonidos psicodélicos de Pink Floyd, mientras los sintetizadores nos hacen volar con ritmos mucho más cercanos al tecno. También pudimos disfrutar de temas con claros ecos de ritmos de blues o folk.

El espectacular trabajo de iluminación del escenario realzaba total y absolutamente la elegancia de los movimientos de Skye Edwards, mientras conseguía una atmósfera aún más envolvente y onírica. Nos deleitaron con temas clásicos así como con nuevas canciones de su último álbum Blackest Blue.

Espectacular concierto de una hora y veinte que ciertamente se nos antojó extremadamente corto, pero que nos hizo retirarnos a casa con una sonrisa amplia de satisfacción y con ganas de más.

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