¡Por fin hay una película donde se explica el sentido del baile de la sevillana y sus partes! Bueno, al tema: De la mano de Filmax nos llegan estas Sevillanas de Brooklyn, una comedia de Vicente Villanueva donde destacan sus interpretaciones y su sencillo pero efectivo guion. Carolina Yuste es Ana, una joven de Sevilla que vive en una familia que acaba de adoptar a un estudiante afroamericano, Ariel Brooklyn, el problema es que esto es una artimaña de su madre para poder cobrar una paga mensual de 700 euros y no acabar desahuciados. El caso es que, tal y como mandan los cánones de la comedia clásica, Ariel pasará a ser uno más de la peculiar familia conviviendo con ellos, haciendo que los personajes evolucionen y se encuentren a sí mismos y en su relación con los demás.
Con menor crítica social, por supuesto, pero con idea similar (salvando las distancias), nos acercaríamos a aquel Plácido de Berlanga (1961) por aquello de “ponga un pobre en su mesa”, que en este caso sería “ponga un yankee en su mesa” o, en el sevillano de los personajes “ponga un moreno en su mesa”. Villanueva no engaña a nadie y su propuesta es clara: su película es fresca y alegre, con el color de comedia sencilla y efectiva que logra desde un buen inicio: el gag de los abrigos de piel del principio ya consigue hacernos saber el tipo de sonrisa que la película busca en nosotros. Vale que no es Plácido ni Berlanga, pero estas sevillanas nos hablan de la crisis de nuestros días y de las penurias familiares de siempre, y es valiente al jugar a esa americanada que siempre vimos desde el punto de vista de ellos, ahora dada la vuelta al revés. Los norteamericanos son aquí los extraños en una Sevilla muy española, pero no son sólo ellos los caricaturizados, porque la familia de acogida, la de Ana con su madre Carmen y su padre Antonio, no deja de ser esa familia universal que tanto hemos visto desde los Simpsons, hasta Padre de Familia, pasando por Aquí no hay quien viva. Esta familia estrafalaria, por no decir desestructurada, bebe de las dos primeras, y el ritmo de los personajes en grupo montando pollos de casa en casa es propio de los de esa rue del percebe de Atreseries.
Destaca Carolina Yuste ―poderosa ya desde Carmen y Lola (2018)― y, cómo no, Manolo Solo pero sobre todo Estefanía de los Santos como madre coraje, capitaneando la farsa y dominando acentos. A ver si junto a Chavalas, de este mismo año, y con el impulso del Festival de Málaga, se sigue potenciando la comedia española como hace Francia con su cine, del cual nos llegan desde sus joyas hasta sus memeces. Lo mejor (o lo peor, en caso de que no haya) es que todo nos lleva a intuir y desear una segunda parte. Ojalá.