“Alcarràs” de Carla Simón, un retrato muy real de nuestros campos

La directora catalana presenta su nueva película en la Berlinale - Crítica por Jorge A. Trujillo.

Como si de una familia se tratase, llegó la directora catalana Carla Simón a la alfombra roja de la Berlinale 72 con buena parte de su equipo e intérpretes de varias generaciones. Simón fue recibida con los brazos abiertos por la Berlinale, el festival que le abrió las puertas en la sección Generation en 2017 y donde fue premiada con el Gran Premio del Jurado a Mejor ópera prima con “Estiu 1993”. Este año entra directamente a competición con su nueva película, “Alcarràs”, una historia que respira mucha realidad.

En la rueda de prensa que cedió en la mañana del martes 15 de febrero, la acompañaron su productora María Zamora y buena parte de los actores, entre los que se encontraban Jordi Pujol Dolcet, Anna Otin, Xènia Roset y Albert Bosch. Junto a la prensa, estaban varios compañeros y compañeras de equipo, como el co.-guionista, Arnau Vilaró, la directora de fotografía Daniela Cajías y la montadora Ana Pfaff. La prensa les recibió con aplausos y elogios por su redonda y emocionante obra. Simón contestó a las preguntas sobre casting, comentando que los desconocidos actores son habitantes reales de la zonas rurales de Lleida. Y es que se ve claramente en la película: se respira realidad. Los y las intérpretes comentaron lo alucinante que fue el proyecto. Para los más pequeños fue una especie de juego, para los adolescentes una gran experiencia y un primer paso a un nuevo mundo y para los adultos, una gran forma de mostrar la realidad del campo. El joven Bosch recordó que es una forma de mostrar lo que es trabajar en el campo y que “la comida no llega por arte de magia a los mercados”.

Entrando ya en la película, “Alcarràs” está tratada y contada con una sensibilidad y una realidad que parece un documental, aunque nunca te saca de la ficción. Carla Simón nos lleva de nuevo a la Cataluña rural y a una época, que dice ella, es mágica e increíble: el verano. La realidad del campo es tan dura y compleja, con sus particularidades, como la de la ciudad. De hecho, es un choque contra la realidad idealizada de lo que los urbanitas pensamos sobre el campo. Esta vía de salirse del “barcelonacentrismo” y poner cara a familias que viven del campo es un acto muy valiente. No sólo es la Cataluña rural, si no las zonas rurales de toda España. Y esto es pura actualidad ya que acabamos de pasar unas elecciones en la España vaciada, donde el debate de lo rural estaba latente y donde han surgido movimientos políticos que reivindican su voz no oída, hasta ahora.

Con todo lo que retrata Simón en su maravillosa obra, la vida del campo no está alejada de lo que sucede en el mundo cada vez más globalizado. No cabe duda que si se repasa las políticas neoliberales de la Unión Europea y sus aplicaciones estatales, podemos entender por qué se han endurecido las condiciones de trabajo de estos sectores. La coralidad de los personajes, que reflejan diferentes generaciones, es tan increíble que entendemos, sufrimos y nos emocionamos con su complicidad. Tanto es así, que la actriz Anna Otín reconoció en la rueda de prensa que “aún se siguen llamando como familia”. Muchas veces, el sentimiento de pertenencia a la tierra y unas tradiciones entran en conflicto con los cambios urgentes que se necesitan para proteger el medio ambiente, como las energías renovables. Esta es una mirada de la economía de lo micro a lo macro, o viceversa, para contar cómo se imponen modelos y políticas, en algunos casos con intenciones buenas, pero sin tener en cuenta la voz de los habitantes de las zonas rurales y sin conocer el terreno.

Por otro lado, el papel de la mujer parece ser el que debe dar el golpe que haga callar los gritos con mucha testosterona para buscar otra vía, acercamiento, reconciliación y soluciones. Sin embargo, parece que la maquinaria económica sigue ganando terreno y Carla Simón nos lleva a un punto alto de emociones encontradas en su final. Evidentemente no lo desvelaré aquí, porque es una película que debemos ir a ver a los cines, para ver nuestra sociedad reflejada en ella. Ver una juventud que, si no se le ofrece alternativa y empatía social y familiar, puede acabar sin futuro. Para poder identificarnos con esa cosa que tenemos las culturas latinas de apego a la familia, a la tierra, a las mesas y sobremesas y a una buena verbena. 

Finalmente, no puedo dejar escapar que Lleida es una tierra que acoge a migrantes y así también se refleja el largometraje. Pero, quizás, si me lo permite esta gran directora, para que la película fuese completamente perfecta y refleje la Cataluña de hoy, faltó mostrar esa diversidad racial que ya existe en sus calles y campos. Porque está claro que aparece, pero sólo con el papel que asociamos a un negro en Lleida: los temporeros. Sin embargo, con este pequeño comentario, con el que pienso que englobaría un retrato más apegado a la realidad, “Alcarràs” es una obra maestra para este año que empieza fuerte con el cine de nuestro país.  

 

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