Lo que esconde Silver Lake: Surrealismo y reflexión en lo absurdo – por Haizea Etxebarria Compes   

Tras más de dos horas y media de proyección, se encendieron las luces de la sala y con cara de asombro, lo único que pude verbalizar fue ¡qué absurdo todo!. Salí del cine entre molesta y desconcertada y mientras caminaba por las calles de Barcelona, me puse a reflexionar sobre lo que había visto.

Este último largometraje de David Robert Mitchell, que trascurre a caballo entre lo surrealista y lo absurdo al más puro estilo David Lynch, no deja indiferente al espectador. Con numerosas referencias al estilo pop, al mundo del videojuego, al cómic y al cine negro detectivesco, nos arrolla a una búsqueda basada en códigos y pistas, que en numerosas ocasiones no llevan a nada y que incluso no coexionan entre sí, generando en el espectador una sensación de absurdo aturdimiento.

Nos hallamos ante una película, que por sus características surrealistas, puede ser tanto amada como odiada por el espectador. Es innegable el trabajo llevado a cabo por el director realizando guiños tanto a Hitchcock como a Cukor, en esa última película inacabada protagonizada por Marilyn Monroe y al cine clásico en general.

No hay duda de que Mitchell realiza una crítica dirigida a la generación millenial por su supuesta pasividad; generación que aún persiste paralizada por un presente que no tenía absolutamente nada que ver con los objetivos que se había marcado y que sus predecesores habían vendido como indudablemente prometedor. Perdido en un mundo en el que ya nada queda por descubrir, Sam (Andrew Garfield), deambula por las calles de Los Ángeles anestesiado, inmutable ante la orden de desahucio que tiene por impagos de un piso que está por encima de sus posibilidades, inmerso en códigos y pistas de un mundo que considera conspiratorio e inalcanzable y que tiene, que necesita, desvelar. Bajo los efectos de las canciones de REM y en un mundo decrépito y superficial Sam intenta sobrevivir en las calles de Los Ángeles.

Lo mejor: Lo sorprendente, la necesidad que genera en el espectador de revisar durante horas lo que acaba de ver y la crítica a una sociedad anestesiada que necesita despertar.

Lo peor: La dificultad que supone adentrarse en una forma de cine basado en lo absurdo y la extensión del largometraje. Se hace demasiado larga.

 

 

Haizea Etxebarria Compes   

 

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