Con motivo del 500 aniversario de su nacimiento, nos llega Tintoretto. Un rebelde en Venecia, de Giuseppe Domingo Romano, un documental excelente para adentrarnos en el artista italiano. Jacopo Robusti, alias “Tintoretto”, fue una de las figuras claves de la pintura italiana del siglo XVI, tanto por su estilo manierista como su carácter rebelde. Esta personalidad tan poco convencional del pintor es la base para sobre el que vehicula todo el documento, mostrándolo como el artista moderno que fue y destacando su espíritu rompedor. De hecho, en su inicio, entramos en la Venecia “tintoretta” con una máxima de uno de sus más fervientes admiradores, el cantante David Bowie, quien nos presenta al veneciano como “la primera estrella del rock”, un David Bowie que llegó a bautizar su sello discográfico como Tintoretto Music e hizo que “La Anunciación del martirio de Santa Catalina de Alejandría” (1570), se conozca hoy en día como El Tintoretto de Bowie.
A partir de ahí, paseamos por entre los lienzos del genio italiano a la vez que sobrevolamos Venecia. Su fuerza la percibimos de una forma sensorial, cercana a una sinestesia, especialmente a la hora de representar la juventud del artista, donde teñía los telares de su padre, quien trabaja como tintero (de ahí su apodo Tintoretto). Este es uno de los logros de la cinta: no es una mera representación de hechos históricos concatenados y puestos sobre fechas e interpretados por actores, sino que logra que acabemos percibiendo la presencia a través de sus personajes, sobre todo la del pintor. Lo mismo ocurre con la ciudad: no vemos a un solo ciudadano por las calles, Venecia es el telón de fondo, el escenario en el que el joven y el viejo Tintoretto vivió y respiro sus calles para acabar modelando su arte.
La obra tiene muy presente la concepción espacial cinematográfica del pintor; se cita a Kubrick y a Orson Welles como referentes de lo que es su tratamiento del gran angular y la perspectiva. Al mismo tiempo, podemos ver la pasión y el magnetismo que hacía que sus lienzos atrajeran tanto, todo gracias al ritmo y la música en los momentos pertinentes, ensalzando aquel poder de abstraer a aquel (espectador) que se pusiera frente a sus telas.
Se podía haber incidido en su rivalidad con otro artista, El Veronés, haciendo de los personajes históricos algo de ficción cercana a la de Salieri con Mozart de aquella gran Amadeus de Milos Forman, pero no osan frivolizar y tratan la obra artística de ambos de modo paralelo, en su justa medida. Domingo Romano sabe dónde está la fuerza de Tintoretto y nos la guarda en una música hipnótica para su cumbre: la Crucifixion que plasmó en 1565 para la Scuola Grande di San Rocco de Venecia. Para ella nos deja a un Peter Greenaway que apenas vimos al inicio un instante, viéndolo ahora ya extasiado con semejante obra. Con el cineasta inglés y el pintor italiano, se nos invita a hacernos la gran pregunta, en caso de haber coincidido ambos autores en el tiempo: ¿firmaría Tintoretto una obra de Greenaway, y viceversa? Igual que Bowie, seguro que sí.
Rafa Catalán