Golem Distribución estrenó ayer en cines «Sobre lo infinito», dirigida por Roy Andersson – crítica por Rafa Catalán

Aquel que no haya entrado nunca en el mundo de Roy Andersson debería hacerlo con sumo cuidado, casi de puntillas, tal vez con una aplicación de esas del móvil que hiciera a la vez de guía y de traductor. Porque, sin duda, el autor sueco es una de las miradas más singulares del panorama internacional de los últimos años, y este Sobre lo infinito una nueva oportunidad para entrar en él.

La propuesta de siempre de Andersson es clara, y en ello ahonda en esta cinta desde los primeros minutos: sus historias son de unos cinco minutos cada una, con un plano fijo inamovible, y sus personajes dirán de una a cuatro frases con un espectro de acción casi imperceptible. No hay más. Esto es Roy Andersson. A partir de aquí, el autor abre su baraja de historias a modo de viñetas o gran retablo, haciendo una amalgama de momentos que dibujan un mundo pesimista y asfixiante. Un mundo descolorido en el que apenas quedan leves colores pastel, pero en el que el cineasta hace flotar la ironía, el sarcasmo y, por ende, impone una cómplice sonrisa a la que el espectador gustará volver recordando el film. Esto parece sencillo como propuesta, pero realmente es un logro acabar plasmando en pantalla semejante empresa. De igual forma, la cadencia con la que se proponen las miserias en cada una de las secuencias llega a ser mágica, ya que el espectador no adolece de cada nuevo tramo, disfrutando lo irónico con lo hipnótico.

Basándose en Las 1000 y una noches, Andersson roza la “performance”, digo roza porque, aunque su concepción, tanto por la perspectiva como por el tempo, podría sobrevolar miradas como las del pintor Edward Hopper, o cineastas como Kaurismaki o Lynch, lo ideal sería tener cada una de las secuencias de Sobre lo infinito en una pequeña pantalla a modo de cuadro, en una sala de exposiciones, de modo que el espectador saltara de situación a situación según hubiera ido el día. Pero olvidemos estas ideas de bombero porque su estructura interna funciona y mucho: justo en el centro del metraje el autor nos muestra la única secuencia en movimiento, una pareja abrazada que vuela sobre una ciudad destruida. Todo un punto de inflexión para enmarcar a unos personajes que en el primer tramo se ven ante un conflicto y en el segundo seguiremos su evolución. A partir de ahora propongo, con Andersson, hacerme con una escena preferida de cada una de sus pelis, como si fueran cromos. Y de esta, me quedo con el via crucis de un sacerdote que pierde la fe, perpetrado por civiles calle arriba. Un gran descubrimiento.

Rafa Catalán

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