El próximo 17 de febrero se estrena en cines el documental «GAUGUIN EN TAHITI. PARAÍSO PERDIDO», dirigido por Claudio Poli – crítica de Rafa Catalán

Además de su obra pictórica, uno de los mayores atractivos de artistas como Paul Gauguin es su vida. Si en el imaginario colectivo siempre tendremos la figura del artista bohemio, parisino de nacimiento o adopción, con más ilusión y talento que recursos económicos y flaneur o paseante de la gran ciudad; en el caso de Gauguin no acertaríamos. Para él todo esto parecía como pasado de moda, él cogió los bártulos, se despidió tranquilamente de la civilización moderna, y se fue a pintar a la selva. Esto es básicamente lo que narra el documental Gauguin en Tahití. Paraíso perdido, de Claudio Poli. La cinta nos lo muestra todo con sus pros y sus contras, es decir: este citado espíritu bohemio que, como a la mayoría de grandes artistas, no hizo más que empujarle a seguir volcando su talento, por un lado. Y, por otro, las inevitables servidumbres a las que tuvo que doblegarse, o bien rebelarse de una vez por todas, modelando así su figura de enfant terrible.

Este documento acerca del pintor francés consigue adentrarse en su vida y obra no ya por los datos cronológicos que va mostrando, sino por el tratamiento de la imagen que utiliza. Si Gauguin rompió por su innovación en el uso de los colores vivos, confrontados unos con otros y, en general, dio un paso adelante por ofrecer una gran valentía en todo ello, Poli lo ofrece con una calidad de imagen extraordinaria, acercándose a sus cuadros de una forma también valiente, pero respetuosa, mostrando el grano cómo del lienzo pasó a ser parte de la historia que se estaba plasmando. De igual forma el realizador se acerca al la selva polinesia y sus agrestes paisajes, dejando en el aire la mirada del artista francés como contrapunto entre el mundo que escogió y el cómo lo representó.

Como Vincent Van Gogh y Paul Cézanne, Gauguin era postimpresionista, pero tal y como reza parte del título, Paraíso perdido, su vida fue como la de la mayoría de los artistas de su época: un fracaso. Esa evasión del mundo moderno, ese aislamiento inverso de un mundo que jamás le acabaría de abandonar, no llego a poderla rematar. En parte, Gauguin en Tahití. Paraíso perdido podría recordarnos levemente a aquella Apocalypse Now en la que, un Walter E. Kurtz con la totémica cabeza de Marlon Brando, también quería trascender desde la otra punta del mundo, pero sin poder llegar a escapar de sí mismo.

Rafa Catalán

 

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