El próximo 21 de febrero A Contracorriente Films estrena en cines «Domino», de Brian de Palma – crítica de Rafa Catalán

En un caso que en principio parecía menor, el agente Christian (Nikolaj Coster-Waldau) y su compañero Lars se ven envueltos en una trama para dar caza a un miembro del ISIS desde Dinamarca y por toda Europa. Lars será asesinado y, buscando venganza, Christian descubrirá que la CIA también anda tras el terrorista. Esta sencilla plot-line podría resultar incluso antigua en tanto que tiene más mimbres de la década de los 90 que de la actualidad. Aun así, su director, Brian De Palma, se enfrasca en llevarlo adelante buscando ejercicios de estilo, lo cual significa seguir con la marca de la casa que implica la firma del autor de Los intocables de Eliot Ness.

De Palma es uno de los grandes del cine que surgieron en los 70 junto a Coppola y Spielberg, entre otros. El mérito de este último es mantenerse como el primer día, el del segundo – y creador de El padrino – es saber medir su talento con una obra cada 20 años. El de De Palma es simplemente su valentía.  Con Domino, este autor sigue apelando a su cine de siempre, aquel cuya fuente principal era el cine clásico, y especialmente el de Hitchcock, con el que conseguía logros como Carrie, Vestida para matar, Hermanas, Doble cuerpo, y sobre todo Blow out. Pero esa osadía a la hora de remitir a los clásicos no dura para siempre (tan solo Tarantino la clava con todos sus homenajes y referencias), y a veces el hacer según qué pirueta de funambulista provoca algún susto. Y menudo susto es este Domino de 2019. En ella podemos ver que el De Palma de Scarface o de las obras citadas, donde sus compenetraciones con las partituras de Pino Donaggio eran un espectáculo en sí mismas, simplemente brillan por su ausencia.

Ojo, no todo es un espanto; como se suele decir con la posmodernidad de la mano: “de tan malo, mola”, porque la verdad es que el arranque, la trama, y lo que pretende ser el clímax de la cinta (esa plaza de toros a ritmo del Bolero de Ravel) merecen ser revisados. Lo malo es su globalidad, que a su autor se le ve cansado en la ejecución del detalle: unas secuencias donde los decorados cantan como le cantan los decorados a quien no le gustan los decorados que le cantan a Almodóvar… pues produce repelús. Pero insisto: De Palma parece querer mantener aquel estilo manierista hitchcockiano con el que dejaba colgando de un hilo a toda la sala y hacía luego con ella lo que le venía en gana. En Domino tan solo queda colgando el prota en su inicio, y de una tubería, como en Vertigo, de Hitchcock; en el fondo no me molesta, Brian De Palma demuestra seguir mirando hacia arriba.

Rafa Catalán

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