Fabrice Luchini y Patrick Bruel son Arthur y César, dos amigos de toda la vida que, con el paso de los años, han ido cada uno por su lado llevando así vidas muy distintas. El Arthur de Luchini es un científico ensimismado, divorciado y distanciado del mundo, de las mujeres e incluso de su hija adolescente, un personaje bastante cercano a aquel Germain que encarnó en la estupenda En la casa de Françoise Ozon (2012). Mientras que el destino de César ha sido el del espíritu de eterno joven vividor, lejano a una estabilidad emocional, económica, y vital que le lleva a acabar sufriendo un accidente y hace que se reencuentre con su conservador amigo. Uno de ellos se enterará que al otro le quedan pocos meses de vida, pero debido a una confusión, el enfermo real creerá es su amigo quien está terminal, mientras que el otro callará la verdad. Aunque dicha confusión no deja de ser un tanto boba, más propia de esas obras de teatro comerciales en las que las licencias se regalan en pro del avance de la comedia que no de un hecho verosímil, servirá para unir a los dos amigos tal y como todos esperamos que lo hagan.
Lo más evidente sería enmarcar a Lo mejor está por llegar como una versión más de esas comedias, más otoñales que crepusculares, donde la reunión de dos amigos que antaño eran inseparables ahora sirve para encarar la muerte, saldando cuentas con la vida, ante experiencias a finiquitar. Una nueva versión, ya no sólo francesa sino europea, de aquella irregular Ahora o nunca de 2007, donde Jack Nicholson y Morgan Freeman hacían lo propio de la forma más histriónica posible. Aun así, la experiencia global no pasa de un azucarado “correcto” sin más pretensiones que la de ser una cinta que, más que querer seducir y hacer fans, pretende evitar enemigos en todos los sentidos. La escena inicial, por ejemplo, donde vemos a los dos personajes jóvenes, promete, de ahí tal vez esperamos un cierre al final mucho más emocionante, menos correcto, no tan ñoño con ese discurso final más propio de un ministro ante su séquito que el de un amigo abriendo su corazón sacándonos la lagrimita.
Tal vez la cinta funcione mejor en una posible adaptación teatral, tal y como ocurrió con Le prénom (2012), de los mismos autores, Alexandre de La Patellière y Matthieu Delaporte, pero quien quiera pasar el rato con una comedia de esas que no ofrecen carcajada pero sí una bienintencionada sonrisa, que lo pase con los buenos de Arthur y César.
Rafa Catalán