De la mano de Paramount Pictures, nos llega El ritmo de la venganza, de la directora Reed Morano, una historia donde la protagonista se transforma en espía, movida por la redención y la venganza. Stephanie Patrick es una joven destrozada por la droga y la prostitución, que luce un cuerpo lleno de heridas y su situación parece haber tocado fondo. Pronto sabremos que todo fue debido al haber perdido a su familia en un accidente de avión. Pero alguien entra en su vida y le revela que no fue un accidente sino un atentado, con lo cual Stephanie debe hacer un cambio en su vida. Así lo hace y, pasados unos meses, la vemos transformada en una agente de campo casi de un nivel 00, totalmente metida en la trama de la conspiración terrorista, y sin adicción alguna. La protagonista entra en el mundo del espionaje en primera fila, como hicieron Jason Bourne con su memoria o Liam Neeson con su venganza personal. Todo con solo un par de clases de un Jude Law bastante cercano a lo que sería un James Bond crepuscular refugiado en Escocia, con el luto de su mujer también asesinada por los mismos terroristas. Aunque, eso sí, narrado de una forma un tanto precipitada.
Basada en la novela de Mark Burnell, el film de Morano se enmarca en la era del post-11S para calzar una historia de empoderamiento personal, el su protagonista Stephanie, donde no se acaba de digerir bien su mayúsculo paso de estar en una indigencia plena, a su transformación en ángel exterminador. Esa transformación y el arco dramático del personaje está claro, incluso el latido que marca el ritmo al que remite el título es parte de él. El problema está en cómo se desarrolla la evolución de los hechos y si resultan verosímil para aunar la historia. Todo huele a un sedimento de La Atómica de Charlyze Theron, la Lisbeth Salander de Millenium o incluso algunas de las justicieras de Luc Besson y Quentin Tarantino, y Blake Lively se entrega en cuerpo y alma para encarnar a la protagonista, pero hay algo que no acaba de cuajar en el conjunto global. Todo y saber qué mueve y empuja a Stephanie, llega un momento en el que la propia historia o su narrador parecen no saber muy bien qué tipo de pasado tuvo su protagonista.
Donde la narración se crece es en los momentos en los que parece que la directora (responsable de los primeros episodios de El cuento de la criada) se pone a tope con la fisicidad del momento y rueda con un carácter soberbio. Son las escenas de la pelea cuerpo a cuerpo entre los dos protagonistas y de la persecución en Tánger. Ambas están rodadas en plano secuencia y con un brío excelente, dos momentos sin los cuales la cinta caería en el abismo total. Ella domina en la dirección de actores y en la coreografía de las escenas de acción; seguro que en el futuro acertará de pleno en una historia con la que se vea más segura, y llegará a un resultado sobresaliente.
Rafa Catalán