En la secuencia de inicio de Estafadoras, vemos a la joven stripper Destiny salir de un camerino, hacer su sensual pole-dance en el escenario, llevarse al cliente de turno a un reservado, y cobrar de su tarjeta de crédito. Con esta presentación y tan sugerente título no es difícil intuir lo que será el desarrollo y evolución de los personajes de la cinta. Inspirada en un artículo del New Yok Magazine y basada en hechos reales, Estafadoras nos cuenta cómo un grupo de bailarinas de un strip-club se organizaron para hacerse con grandes sumas de dinero de sus solventes clientes tras la crisis financiera de 2008. Y poco más. Aunque Lorene Scafaria narre con pulso, el resultado final queda un tanto plano.
Estafadoras sigue la estela de personajes femeninos empoderados frente a un patriarcado asfixiante, en este caso de forma explícita a través del sexo y la cosificación de la mujer de los locales de striptease. La propuesta parece mirar de reojo a joyas como Showgirls (1995) y El lobo de Wall Street (2013), pero a medida que avanza se va quedando pequeña a ambas: carece del morbo de la primera y de la guasa de la segunda. Sin salir de su voluntad “sororizante” (“este juego esta manipulado”, dice Ramona en las carnes de Jennifer Lopez), no sale de su afán superficial dejando a un lado los sentimientos de las protagonistas. Cae, además, en lo políticamente correcto como es la formación final del grupo base: una hispana, una asiática, una rubia y una afroamericana; es decir, las Avengers del pole-dance. Pero aun así no llega a ofender del todo, Jennifer Lopez se encarga de ello liderando el grupo y luciendo palmito maduro.
Rafa Catalán
